Aún siento la humedad en los pies, esa que solo desaparece con una ducha caliente y una toalla mil veces usada. Y aún percibo desde aquí los restos del barro que crujirá bajo mis paseos por casa en los próximos días.
Fue una prisa repentina, provocada por un momento de evocación de esos que si no llegas a expresar, nunca sabrás qué podría haber llegado a significar. O, por qué no, qué nos depararía nuestra propia vida continuada por ese otro camino si hubiésemos permanecido impasibles.
Ya, ya, que estoy divagando y todavía no me he sumergido en la épica, en la catarsis a la que me veré abocada en los próximos minutos de escritura. No auguro nada bueno a mi “futuro yo” después de esto, me habré quedado vacía, el summum me habrá expulsado hacia afuera, hacia la nada más anodina tantas veces imaginada y nunca conquistada.
Que por qué humedad. Que por qué barro. Que por qué prisa. Puede que te lo estés preguntando o puede que no, pero ya es demasiado tarde para salir de aquí y dejar de escupir palabras como si no me estuvieses escuchando. Como es tarde también para tratar de convencer a Iria de que no merecía que me fuese corriendo y sin despedirme cuando aún burbujeaba el agua de su manzanilla y de mi menta poleo, únicos testigos de la que iba a ser nuestra primera confesión en treinta y dos meses.
No debería martirizarme por saber cuál fue exactamente la relación mental, no es relevante en esta historia condicionada por El Momento. El desvanecimiento del amarillo en pedacitos ínfimos, la camomila asumiendo su metamorfosis, el reconfortante aroma a hogar evaporándose, la melancolía intentando camuflarse en valor de una mirada desgastada, nueva para mí. Todo ello, o nada de ello me provocó una ensoñación latente que me sacudió desde la planta del talón, un relámpago interior que aún me domina indefectiblemente y me ha traído hasta aquí.
Aquí es sentir, ser plenamente consciente de que no solo echamos de menos lo que fue, también y sobre todo, echamos de menos lo que jamás será.
Aquí es ahora, la primera vez que comprendo a Sama cuando me intentaba hacer creer que todos aquellos comportamientos que no soportaba de ella no eran más que aspavientos, provocaciones intencionadas cuyo único propósito era colorear a sus personajes, redondear sus relatos con detalles reales, permitir que sus hojas aún vacías desdibujasen cualquiera de sus propósitos vitales.
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Así he intentado reflejar el único consejo para ti, que sin ser consciente me has hecho uno de los mejores halagos que he recibido nunca en forma de pregunta. ¿Cómo puedo escribir mejor?
Y lo siento, lo siento mucho. He intentado responderte de un modo racional e inteligible pero me ha resultado inasumible, más allá de dedicarte con toda mi humildad este pequeño fragmento de algo que en realidad es nada.
Quién soy yo para darte consejos. Cómo inspirar a alguien cuando hay personas desajustando sus vidas para poder seducirte. Cuando hay autores que te mejoran, que te descubren realidades que dan sentido a la tuya. Cuando hay personajes que me han marcado hasta tal punto que tomo mis decisiones basándome en qué harían ellos.
Cuando ayer me contaron una historia que me ha hecho querer aún más a mi padre.
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“La palabra sigue siendo, por ahora, la herramienta más flexible y fina para enfrentarnos a los innumerables sobresaltos de nuestra intimidad.” - Paolo Giordano.
“La creación es un pájaro sin plan de vuelo que jamás volará en línea recta”. - Violeta Parra.
“La vulnerabilidad es donde nace el amor, el sentido de pertenencia, el valor, la empatía y la creatividad”. - Brene Brown.
“Cada libro que publica un escritor no es sino la suma de los que ha destruido antes de llegar a él, o el resultado de todos los que ha evitado escribir”. - Mohamed Mbougar Sarr.
Cuatro bellísimas referencias en apenas 24 horas, encontradas del mejor modo posible: sin querer. Sencillamente prestando atención, atreviéndote a otorgar a las reminiscencias de tu caos su merecida relevancia.
Todas ellas son infinitamente superiores a cualquier mísera opinión a la que intente dar forma para intentar responderte.
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La escritura nace del fuego. Es la única premisa que tengo medianamente clara y creo que lo máximo a lo que puedo aspirar a sugerir.
El fuego en tu interior, procedente de tus emociones más vívidas, de tus rasgos más complejos, de tus mentiras menos corrosivas.
El fuego de nuestros primeros pasos: el que nos hizo avanzar, el que nos alimentó y sobre el que nos contamos nuestras primeras historias, las que han conformado unos cerebros estructurados por y para asimilarlas.
El fuego como la amenaza más real de nuestra otra esencia: el verde.
El fuego en forma de luz, como guía vital hacia nuestras sombras imperecederas.
El fuego de lo ingobernable: la ira, la pasión, el dolor, la lujuria, la pureza.
El fuego en aquella sensación, primero electricidad y después calor, que nació en tu vientre desde aquella frase cuyo eco aún resuena en tus desvelos.
Y de nuevo lo siento, pero si está el fuego aquí presente es porque las chimeneas que fabricaba y vendía mi familia, aquellas que me rodearon mis primeros 15 años de vida y sobre las que giraban nuestras decisiones, me han hecho ser como soy.
Por eso desde este punto podéis seguir vosotros. Puedes seguir tú si te atreves a buscar bien. Porque es ahí.
La respuesta a tu pregunta es justo ahí.