La grandeza del mítico Señor Miyagi no estaba en su amplio repertorio de habilidades: el karate no tenía secretos para él y lo utilizaba repartiendo "piñas" (siempre merecidas) entre los americanos musculosos, formaba con sabiduría a un chaval enclenque e hiperactivo para que fuera capaz de soltar "piñas" igual de efectivas ("Pelea no bueno, pero si tener que pelear, gana"), sabía encontrar el foco y el equilibrio como nadie. Su grandeza tampoco estaba en que siempre acababa ganando el combate, porque todos lo sabíamos. Lo sabíamos antes de que empezara la pelea, lo sabíamos escuchando la sintonía de Movierecord antes del inicio la película, lo sabíamos mientras comprábamos la entrada en la taquilla,... lo sabíamos, pero no importaba.
No importaba porque la grandeza del Señor Miyagi estaba en "el cómo", estaba en que todas estas habilidades las desarrollaba desde un cuerpecillo nada atlético de jubilado oriental inadaptado a un país y cultura que no eran suyas. Vestido siempre con aquella obsoleta camisa caqui de veterano de guerra, soltaba con cuentagotas sus antológicas frases sin artículos... El foco entonces estaba en su avanzada edad, en su atuendo ridículo, ya no importaba el combate, Daniel San, en caso de haber captado la atención de algún extraño espectador (cosa muy poco probable), desaparecía, todo desaparecía de la pantalla, porque el foco estaba en el Señor Miyagi y sus excentricidades... aquello era lo mejor. Pues bien, en las próximas semanas vamos a escribir, sin dar ni pulir cera, o dando la mínima posible, sobre negocios de toda índole que nos llamen la atención por "cómo" utilizan sus armas para intentar funcionar, consigan o no sus objetivos, negocios de origen tradicional que hayan sabido reinventarse y adaptarse a la nueva era digital, ideas de emprendedores valientes, ideas de emprendedores sensatos, ideas de emprendedores absurdos... cualquier caso nos vale si nos divierte, porque sólo entonces aprenderemos algo de él. Y recordad amigos: